martes, 7 de abril de 2020

LOS OLVIDADOS DE SIEMPRE



Viernes 28 de febrero de 2020. 

Don Juan avanza a paso lento por la ciudad del olvido. 

De pronto un joven  uniformado le pregunta:
-   ¿adónde se dirige abuelo? 
- A cobrar mi jubilación mijo.
- Lo acompaño. 

Era febrero, casi fin de mes, no había mucho movimiento de personas. No se tenían noticias de virus masivos, solo de aquellos que nos tienen acostumbrados; el odio, la mezquindad, el individualismo. 

Parado en la puerta del banco, otro uniformado, ya mayor de edad él, los observa y prestamente los atiende. 
- el joven policía refiere: tiene que cobrar su jubilación en este banco. 
- Déjelo colega,  ya me encargo yo. Siga con lo suyo. 
El piso luce límpido y brillante. Porcelanato del mejor pero resbaladizo.
 Las mentes creadoras seguramente no han pensado en los adultos mayores ni en las personas con dificultades motoras. Eso es recurrente en toda la ciudad. La ciudad del olvido.  
- Don Juan no puede trasladarse por esa deslumbrante pista de patín sobre hielo - hielo de las almas - . Sus pies aquejados por un aparente Parkinson, patalean, sin poder avanzar, ni siquiera con su humilde andador. 

El viejo policía, le acerca una silla, de esas móviles que abundan en las instituciones bancarias. 
Lo conduce por el amplio salón bajo la mirada impávida de algunos y la indiferencia de otros.  

Suben al ascensor no sin esfuerzo y en el primer piso, donde funcionan las cajas, otro recorrido por el salón.  

Rápidamente Francisco, el policía del sector se acerca y con amabilidad pregunta. 
- ¿Que le anda pasando al abuelo? Tras recibir la respuesta, se dirige a la caja habilitada más cercana y hace que le atiendan.

Don Juan en ese momento, no sabe ni qué tenía que cobrar y tampoco encuentra su documento.  Finalmente se comprueba que sus haberes no estaban disponibles. No era su fecha de cobro. 

Mira a todos, todos se miran y tratan de encontrar alguna respuesta;  ninguna satisfará su angustia, angustia que se nota en sus ojos claros al levantar la mirada. 

Otra vez el paseo, pero sin esperanza.  Llegan a la puerta del banco y el viejo policía saca un billete de su bolsillo y lo deposita en su mano. 
- Tome abuelo, por lo menos para el día le ha de servir. 
 Sale hacia la vereda y no hay ningún uniformado para que lo acompañe.  Vuelve sobre sus pasos y le pregunta.
- ¿para donde vive abuelo? 
- para el lado del Mercofrut. ¿Cómo hago para volver?
Tras las explicaciones se marcha. Nadie lo ayuda y lentamente va desapareciendo de la vista entre la multitud. 

El viejo policía vuelve, deja la silla en su lugar, mira su reloj.  Es la hora del relevo.  Sube al ascensor, respira hondo y la imagen de Don Juan se mezcla con la de su difunto padre.  

Caen algunas lágrimas pero sabe que debe seguir con su trabajo. El parecer y aparentar dureza cuando la realidad tan cercana,  duele, lacera lo más íntimo de su ser. 

Le tranquiliza un poco el saber que Don Juan, algo tendrá sobre su mesa. 

De pronto resuena una voz: Que pase el que sigue, caja 1.

Viernes 03 de abril de 2020

 Un virus altamente contagioso tiene en vilo al mundo. Ciudadanos de las más encumbradas potencias mundiales lo padecen. No respeta clases sociales, ni razas, ni ideologías. Pero tiene sus preferencias…los adultos mayores, como si se hubiera internado en el pensamiento y acción de muchos: “los viejos son inservibles, estorbos nomás”.

Don Juan sale a las calles nuevamente con su andador. Esta vez no encuentra la solidaridad de algún policía - hay muchos Juanes en la calle y no dan abasto-. 

Los Juanes y Rosas sostenidos por sus almas de acero, aunque sus piernas sean de alambre, no le tienen miedo al virus letal, saben que tarde o temprano caerán, porque saben que hace tiempo han caído en el peor de los virus…el virus del olvido. 

DANIEL A. OLIVERA

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