sábado, 9 de mayo de 2015

El clásico más disputado de la historia. Crónica de una pasión futbolera, de un amor maternal.

15 de octubre de 1972. Santiago del Estero. Es domingo. Los tradicionales pastelitos -empanadas fritas con agregado de papa y pasa de uva- y la sopita casera de gallina ya son historia. La tarde no da tregua, el sol y la tierra poseen lanzallamas fantasmas; la sombra de una pared refiere un oasis, es que octubre en Santiago, es como enero en cualquier otro lugar. Crsh, crsh, crsh, el dial de una vieja radio de madera, recorre el espectro tratando de encontrar la estación más audible. “Fútbol pasión de multitudes” por Radio Rivadavia. La voz del relator de América José María Muñoz da la pauta que el objetivo está cumplido. A miles de kilómetros en la lejana Buenos Aires, miles de almas  asisten a un espectáculo impresionante. La magia de la radio transporta a ese mundo imaginario y real al mismo tiempo.

El viejo Nacional daba comienzo y por unas bolillas caprichosas, se enfrentaban River Plate y Boca Juniors. Sí, en la primera fecha, se jugaba el clásico más importante del fútbol argentino en el estadio de Vélez Sarsfield.

Arrimo a la sombrita cerca de la radio para escuchar mejor, un banquito de madera hecho por mi padre. Mientras mi vieja prepara la masa para el “chipaco”,  escucho a mi viejo, como desentendiéndose del clima futbolero,  preparar sus herramientas de albañil para el día lunes. En tanto, Muñoz, pinta y contagia la fiesta: “Y ahí está Boca” dice con voz estridente. El alarido de la parcialidad xeneixe y el “Dale Bo”, “Dale Bo” resuena como telón de fondo. Como eco, los silbidos de la parcialidad millonaria, no se hacen esperar. Segundos más tarde, otro estallido: “Acá está River”,  y el “dale, dale, dale  River dale” que acalla las voces contrarias. Miles de manos agitadas, imagino, acompañan la fanfarria de gargantas. La radio vibra, mi alma de chiquilín también. Camisetas blancas cruzadas por la banda roja, desfilan por mi cabeza, ante el anuncio de la formación. “Y así forma River” recita Muñoz: Perico Pérez al Arco, Pablo Zuccarini en el lateral Derecho, Jorge Dominichi será el líbero, René Daulte el número “seis” y Raúl Giustozzi en la banda Izquierda; medio campo de memoria para J.J. López, Merlo y el Beto Alonso, en la delantera, Mastrángelo, el “Puma” Morete y “Pinino” Más. El “Vasco”Julio Eulogio Urriolabeitía dirigía al millonario. Un raro escozor recorre mi pequeño cuerpo; una sensación que aún me acompaña en cada presentación del “millo”.

Como un avezado técnico, dibujo garabatos en una cancha imaginaria, mientras se anuncia la alineación de Boca. Era fácil recordar pues las formaciones no cambiaban tanto y además conocía la de todos los equipos, pues mi padre me compraba todas las revistas Goles y El Gráfico que se editaban. “Y así forma el xeneixe” tronó la radio: En el arco Sánchez; Suñé, Mouzo, Blanco y Marzolini; Peracca, Pachamé y Potente; Ponce, Curioni y Ferrero. José Varacka, era el DT “xeneixe”.

Al minuto de juego, centro del "Pinino" Más y Ernesto "Heber" Mastrángelo abría el marcador para el “millo”. Gol, Gol Gol, relataba Muñoz y mi voz juvenil lo acompañaba con fuerza. Sonrisa ancha. El relato sólo hablaba de un equipo, River. A los nueve de esa primera etapa sobrevendría el segundo: “Centro de J. J. López,  "Pininooo" Gol, Gol, Gol; Oscar Más, de cabeza pone River 2, Boca 0. Estupor de la hinchada azul y oro, felicidad de la rojiblanca, concluía el relator. Puños apretados y grito de afirmación para aquel momento.

Boca que poseía un importante plantel, comenzó a reaccionar. 13 minutos,  “Perico” Pérez comete un tonto penal, pero penal al fin. “Va a rematar Suñe”, se escucha, mientras mi alma se estruja y mis dedos se cruzan. “Atajó Perico”, los brazos arriba. A seguir. Todo era a pedir de River. Sin embargo, promediando el primer tiempo, luego de un desborde de Ponce, Boca encontró el descuento en los pies de Curioni. Otra vez las dudas. En el minuto 42 de ese primer tiempo, la cosa empezaba a cambiar. Tiro libre de Ponce, gol de Boca; empate. El banquito comienza a cambiar de  lugar, cábalas que le dicen. 45 minutos; Potente pone la ventaja para el conjunto boquense. Insólito, e increíble, por el relato, no lo merecía River, pero Boca lo ganaba en tres ráfagas. Final del primer tiempo. Boca 3, River 2.

La fisiología, no entiende de pausas, ni de relojes, cuando llama, llama. El baño, quedaba en el fondo, cerca de la quincha, -cerca de palos entrecruzados que cierran el terreno-. Al volver García Blanco comentaba el gran repunte de Boca. 6 minutos del segundo tiempo, Potente pone el cuarto gol de Boca. Ya es casi inaudible la voz de Muñoz, un poco por el esfuerzo del grito de siete goles, otro por el volumen de la radio que bajé voluntariamente. Mi alma desgarrada da paso al llanto descontrolado. No siento los pasos, sólo una mano apoyándose en mi cabeza y aquellas palabras grabadas en mi: “No llores hijo, ya va a empatar”. ¿Habrá sido una premonición o un consuelo de una mamá boquense para su hijo millonario?

El partido continuó; a los 8 minutos, “Pinino” Más, ponía el tercero para River. La mano milagrosa de mamá, dije para mis adentros. Elevé el volumen de nuevo, la esperanza estaba en marcha. Apenas seis minutos después, la voz enronquecida de Muñoz relataba: “Gol, Gol, Gol, de River; el “Puma” Morete estampa el 4 a 4, en un partido increíble”. Salto del banquito y grito con todas mis fuerzas. De nuevo una mano se apoya sobre mi hombro y un trino maternal y entusiasta susurra: “Has visto que iba a empatar”. “Ahora van a ganar”.

El banquito ya no se mueve de su lugar, pero mi cuerpo sí, va y viene desde un extremo al otro del patio de tierra ya regado para la mateada. El olor a “chipaco” ya se percibe en el aire. Mas, yo no tengo hambre. Sigo la voz, espero la voz del final. El temor a otro gol de Boca estaba latente, pero también el del grito victorioso. 44 minutos del segundo tiempo, tiro libre para River, se escucha; me arrimo al lado de la radio y subo aún más el volumen. “Va a centrear Dominichi; pelota en el aire, la toca Mastrángelo, Moreteee, Gol, Gol, Gol de Riiveer. Un grito desaforado y una corrida por todo el patio con los puños en alto, refieren mi alegría. Me siento en el banquito para acallar emociones, pero el alma llora, mis ojos se empañan por un llanto de alegría y emoción. De pronto dos manos me zamarrean los rulos. “Has visto que iban a ganar”. 

Imágenes, voces, que me acompañan desde hace 43 años. Es el primer recuerdo vivo de mi pasión por River, como seguramente, la tendrán los de Boca con otros episodios. Esos recuerdos se irán conmigo cuando cierre los ojos y vaya al encuentro de aquella mamá “bostera” que rezó e hinchó por su hijo “millonario”. Esa voz de esperanza aunque de fútbol se trata, es aplicable a todo aspecto de la vida, ya que siempre hay que apostar a ganador,  aunque las condiciones no sean las ideales.


Dicen que este fue el superclásico más importante de la historia. Lo ganó River, lo pudo haber ganado Boca; el vaivén del amplio resultado, le otorgó hasta el momento,  esa categoría. Dicen que el ser humano puede cambiar de ideología política,  de muchos etc., pero de camiseta jamás. Sólo sé que aquella “viejita”, un 15 de octubre de 1972, cuando sólo tenía diez años, por noventa minutos, cambió su pasión deportiva, por amor a su hijo, pero su hijo jamás cambió ni cambiará esa pasión rojiblanca que se reafirmó aquella tarde calurosa de mi Santiago. Resumen superclásico 1972